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Una revolución cautelosa: El arte en el bogotazo

POR: FELIPE CARDONA

 

En medio de la bohemia despreocupada bogotana, entre vasos colmados de tinto y cigarrillos amargos, Pedro Nel Gómez conversa con Alipio Jaramillo sobre su último gran descubrimiento: los muralistas mexicanos. Afuera llueve a cántaros, las calles se revelan solitarias y el café donde conversan los artistas, atiborrado de gente, hiede a paño mojado y a betún. Gómez da un sorbo sostenido a su pocillo y con voz tibia relata a Jaramillo sobre la gesta revolucionaria de Rivera, Orozco y Siqueiros, que ensalza la tradición  campesina, la revolución agraria y el advenimiento del proletariado hacia el poder.

 

Jaramillo que desconocía por completo la obra de los tres pintores revolucionarios le pide entonces a su amigo le de a conocer el libro donde había visto las obras.- Pídeselo a Aurelio Arturo, a él se lo preste. Responde Gómez. – ¿Y ese que tiene que ver con la pintura, si ese es poeta? Comenta irónico Jaramillo.- Los poetas también son pintores pero pintan a su manera. Sentencia Gómez mientras sonríe con sorna.

 

Es el mes de septiembre del año de 1948, los jóvenes pintores caldenses y antioqueños ganadores de los salones en sus respectivas regiones vienen a la capital colombiana invitados a exponer sus obras en las llamadas galerías del Teatro Colón, entre ellos, Pedro Nel Gómez, Alipio Jaramillo y Marco Ospina, en quienes se nota una tendencia hacia el costumbrismo y el realismo natural. Para ellos una ciudad tan grande como Bogotá no representa más que caos y desesperanza, y más una ciudad que apenas se recupera del nefasto nueve de abril que la había sumido en un sombrío panorama.

 

 

Es por esto que para una nación en convulsión política y en pleno proceso de industrialización emergía un arte inquieto por la tradición, ese pasado ungido de visiones edénicas y pastoriles, el hombre solitario entregado a la tierra, aliviado de la efervescencia citadina, embriagado por el sopor de la hierba y los helados riachuelos. La consigna de nuestros provincianos artistas no puede ser más utópica, y es válida en la medida que rescata los valores ancestrales que el hombre moderno desestima. Sin embargo el arte no puede quedarse en esa queja primitiva, y ya se sienten campanas de muerte, pronto se desatará una ruptura definitiva.

 

-¿Te llegó la invitación? Pregunta Marco Ospina a Pedro Nel Gómez mientras caminan por el Parque de Las Nieves.

-Si. Alejandro Obregón envió una carta a la casa de Fernando Charry Lara, donde me quedo por estos días.

-Insólita la posición de Obregón, ¿No crees?. Después de afirmar en El Tiempo que el arte que se hace en Colombia carece de fuerza y pasión.

-No se te olvide que Obregón es español y practica un arte burgués y demasiado formal que nada tiene que ver con los destinos del pueblo.

 

El excéntrico pintor español Alejandro Obregón que se pasea por la ciudad pavoneándose y testimoniando su excesivo desdén hacia el arte académico colombiano, tiene en mente junto con la directora del museo nacional, Teresa Cuervo realizar el Salón de los 26, un itinerario con los artistas colombianos más destacados. Se pone como fecha para la apertura de la exposición el doce de octubre. Los ojos de todos los medios de comunicación y de los conocedores de arte se centran en este evento y sobretodo con especial particularidad en el pintor recién nacionalizado Alfredo Wiedemann, uno de los expositores, que había huido de los horrores de la Alemania nazi para refugiarse en el paraíso lluvioso de la selva chocoana y que por primera vez exponía en Bogotá.

 

Llega al fin el esperado día de la exposición, el público bogotano no espera sorpresas y mucho menos cuestionamientos profundos en las obras. La pintura siempre ha sido en Bogotá un muestrario de costumbres. Lo virtuoso del cuadro está en lo parecido que sea con la realidad. Alejandro Obregón, que ya conoce al público bogotano desde que arribó en el país en 1944, hace una pequeña introducción a la muestra, pero se nota algo incómodo, parece que sospechara lo que su obra va a causar en el arcaico entendimiento de la élite bogotana. 

 

Se destapan las obras al unísono, de pronto el público aterrado contempla una batalla entre la perturbación y la calma, entre el vértigo y la compostura. La explosión desencadenada contra la calma primitiva. Obregón y Wiedemann, los vanguardistas, haciendo frente a la modernidad desde el repudio hacia lo primitivo, mientras Jaramillo y Ospina elegidos jinetes de la tradición y la costumbre  haciendo frente desde el considerado arte de buen gusto.

 

El público toma cartas en el asunto y desdeña el arte de Obregón y de Wiedemann, el trazo brioso y robusto del español no deja de ser para el público bogotano más que un rayón furioso sobre la tela, sin intenciones y demasiado quejumbroso. Por su parte las figuras negras de Wiedemann, delgadas y frías al mejor estilo del expresionismo alemán, son miradas con el desprecio con el que se mira el dibujo de un infante. Las pinturas costumbristas de Gómez, Jaramillo y Ospina, resultan las más destacadas por un público pacato y conservador.

 

El trazo colorido transgresor de los pintores europeos fue entonces vencido por los colores tierra de los pintores folcloristas colombianos. Sin embargo Obregón, había causado una conmoción tal con su oleo Masacre del 10 de abril, que la prensa bogotana no le quito el ojo de encima desde entonces, lo mismo sucedió con Wiedemann. Más sólo un año después de la hazaña europea, en el periódico El Tiempo un artículo de Jorge Gaitán Durán con el título de nueva pintura colombiana, hacia un estudio, meticuloso de la obra del recién nacionalizado Alejandro Obregón.

 

De todas formas, ese artículo no supero la controversia y no fue tomado en cuenta por los entendidos del arte. Obregón y Wiedemann seguían siendo para ellos una adversidad atípica que sólo se representaban a sí mismos, pero que no era capaces de potenciar toda una ruptura en el arte . Habrían de pasar varios años para que apareciera la crítica argentina Marta Traba en la esfera pública colombiana, para encarnar la figura del jinete del apocalipsis que vendría a hacer justicia con estos artistas. Pocos colombianos estaban aptos para asimilar el nuevo arte en 1948, por eso esa estética de ruptura en sus inicios transitó entre las sombras, los grandes acontecimientos en sus inicios ejercen su transgresión desde el silencio.      

 

 

 

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La sombra de Sinaloa

Según recientes informes de Justicia Nacional Electoral en Argentina, el cartel de Sinaloa financió a la administración actual de ese país.

Por Fernando Torres

Menos de un año después de ganar las elecciones presidenciales, Cristina Fernández de Kirchner enfrenta la acusación de haber recibido dinero de una de las organizaciones narcotraficantes de mayor trascendencia en América Latina, la mafia sinaloense de Joaquín Guzmán Loera, “El Chapo”.

El panorama económico de Argentina no es el mejor; de hecho, en encuestas realizadas por diferentes medios locales, se revela que las zonas rurales, que aportaron la mayoría de votos para la candidatura de Cristina Kirchner, retiran su apoyo al comparar el malestar de 2008 con el “paraíso”, según afirman los encuestados, que se vivía tres años atrás.

Se suman a los apuros de la mandataria la creciente inflación y la deuda en bonos con el Club de París, un nuevo intento del Gobierno para volver a ingresar al mercado de capitales internacionales. Una coyuntura política que encuentra un nuevo punto álgido tras las denuncias de posibles nexos con un cartel narcotraficante.

De acuerdo con el informe contratado por la agencia de noticias Notimex, dos empresas farmacéuticas, Seacamp y Unifarma, aportaron ciento veinte mil dólares a la campaña de la actual presidenta de Argentina. La trascendencia de esta financiación se aclara con dos sucesos recientes: el asesinato del presidente de Seacamp, Sebastián Forza, que apareció el trece de agosto junto con otros dos hombres en una zanja, atados de manos y con tiros de gracia en la cabeza; el suicidio de Ariel Vilán, dueño de Unifarma, que se quitó la vida el veinticuatro del mismo mes tras haberle dicho a sus familiares que así escapara, “no llegaba vivo al aeropuerto”.

La relación de estos dos empresarios con el cartel de Sinaloa se concreta tras un operativo de la policía argentina en contra de una banda fabricadora de drogas de diseño – compuestos no adictivos que alteran temporalmente el estado de conciencia –, en el que se capturó a nueve mexicanos pertenecientes a una célula de la mafia sinaloense y se descubrieron en el celular de Jesús Martínez Espinoza, los datos de Forza. Al parecer, el empresario le vendía efredina a la mafia, pero en algún momento del negocio algo salió mal y decidieron eliminarlo. No se ha sacado nada en claro al respecto pues los detenidos se negaron a declarar para proteger a sus familias, según se publicó en el diario La Nación.

El Gobierno negó la posibilidad de filtración del narcotráfico mexicano en su financiación a través de las empresas farmacéuticas, el comentario del Ministro del Interior, Florencio Randazzo fue: “Es un disparate absoluto que no tiene ninguna consistencia”. La respuesta de la oposición, encabezada por los partidos Coalición Cívica y Unión Cívica Radical, fue inmediata, solicitando que se investiguen los fondos de la campaña de Fernández.

Como sucedía con Pablo Escobar, Joaquín Guzmán Loera es incapturable. Las autoridades mexicanas lo han ubicado en diversas ocasiones, pero siempre logra fugarse. Hace siete años huyó del penal de máxima seguridad de Puente Grande, en Jalisco. Junto con Ismael Zambada, alias “El mayo”, lidera una de las organizaciones criminales y narcotraficantes más importantes del continente.

De comprobarse las acusaciones, la administración Fernández de Kirchner se vería comprometida en el proceso 8000 argentino, un descrédito político por haber permitido o ignorado que el cartel de uno de los hombres más perseguidos, “El Chapo”, lavara el dinero de la droga por medio de una campaña electoral.

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El cerco de Ucrania

Por Fernando Torres

El país que por querer hacer parte de la OTAN y la Unión Europea, podría desencadenar un nuevo enfrentamiento entre los antiguos enemigos, Rusia y Estados Unidos.

Las tensiones políticas de dos irreconciliables contrincantes del panorama internacional se concentran ahora alrededor de las intenciones del gobierno ucraniano por construir alianzas con las confederaciones de Estados occidentales más importantes.

Siguiendo la costumbre de naciones ex pertenecientes al bloque comunista, que por años estuvieron marginadas de las dinámicas financieras de Occidente, Ucrania, con el liderazgo de Víctor Yúshchenko, da muestras de querer entrar en el mercado capitalista como una nación fuerte, moderna y en busca de mejores condiciones políticas y económicas a nivel internacional.

El Primer MInistro de Rusia, Vladimir Putin, volvió a marcar territorio asegurando que, así su gobierno no deba ni pueda interferir en las decisiones de otra nación soberana; la entrada de Ucrania a la OTAN conllevaría al posicionamiento de armamento militar occidental, principalmente estadounidense, y que de ser así, su gobierno no tendría otra salida que responder en el acto con una ofensiva armamentista. Esto se debe a que el Kremlin juzga a Estados Unidos de querer: “neutralizar el potencial nuclear y de misiles de Rusia”.

Esta acusación se sustenta en la tentativa estadounidense de crear alianzas militares con países como la República Checa y Polonia en su escudo de defensa antimisiles, una estrategia de contención para refrenar la amenaza nuclear rusa y proteger sus intereses en la región.

Ante el posible ataque ruso a Ucrania, el Presidente Yúshchenko afirmó que su orientación actual “no apunta contra terceros países, y menos aún contra Rusia”. Y además afirma que en la constitución de su país está estipulado que ningún Estado extranjero puede emplazar bases militares en el territorio ucraniano.

Para el politólogo de la Universidad Javeriana, Manuel Carreño, la posición rusa es una tentativa por sobresalir ante el mundo y demostrarse como un Estado fuerte y competitivo. Con respecto a las intenciones de Ucrania de hacer parte de la OTAN, afirma que: “Es una buena oportunidad para las naciones pequeñas, pues significa la descentralización del poder de las grandes potencias, y su distribución más equitativa”.

¿Una nueva crisis de misiles?

El temor de los analistas políticos internacionales es recordar la crisis de 1962, el momento más peligroso para la humanidad que se experimentó durante la Guerra Fría. Estados Unidos había detectado el emplazamiento de misiles soviéticos en territorio cubano y bloqueó la isla demandando que se desmantelaran las armas nucleares.

Durante trece días la amenaza nuclear estuvo en vilo y el mundo enfrentó la mayor incertidumbre, que terminó con el retiro de las tropas y artefactos soviéticos el 28 de octubre, con la condición de que Estados Unidos no invadiera a Cuba y retirara a su vez, sus misiles instalados en Turquía.

El conflicto se resolvió gracias a la diplomacia y cabeza fría de los entonces presidentes John F. Kennedy, Fidel Castro y Nikita Kruschev. Pero el panorama no es tan alentador en la actualidad, con dos líderes tan reacios y de reacciones intempestivas como George W. Bush y Vladimir Putin, dispuestos a mantenerse firmes en sus posiciones a pesar de las críticas.

La disputa empeora con la situación de Georgia –aliado de Estados Unidos– y las regiones separatistas de Abjasia y Osetia del Sur, apoyadas por Rusia. La Unión Europea ha tomado la decisión de aplazar las negociaciones del Acuerdo de Cooperación y Asociación, que venía adelantando con Moscú, hasta que las tropas del Ejército Rojo no abandonen el territorio georgiano.

La decisión de los así llamados, “los Veintisiete”, propugna una solución diplomática a todos los conflictos que últimamente han sembrado entre los analistas el temor a una “miniguerra fría”, y rechaza toda intervención militar, incluso por parte de la OTAN. Rusia se encuentra en una posición en desventaja, pero su capacidad militar no debe ser tomada a la ligera, ni tampoco su tendencia a defender la región de las influencias occidentales. Por ahora, el cerco a Ucrania se mantiene, como las demás naciones pequeñas, en medio de una batalla que revive, mutatis mutandis, las contradicciones de dos visiones políticas recalcitrantes.

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Memorias de una Primavera

Por Fernando Torres

La República Checa y Eslovaquia conmemoran los cuarenta años de la invasión a sus territorios por tropas de la Unión Soviética.

Las ideas que inspiraron la plataforma política del reformista Mijail Gorbachov y que nacieron del deseo de un “socialismo con rostro más humano”, fueron interrumpidas por la ocupación soviética en 1968; el corto período en que alcanzaron a ser ejecutadas se recuerda hoy como una lejana pero vigente, “Primavera de Praga”.

Las naciones que hasta 1993 eran una sola, evocan la fecha del 20 de agosto como el fin del programa de reformas impulsado por Alexander Dubcek, quien levantó las restricciones a la libertad de prensa, de expresión y de movimiento, además de llevar la economía a una motivación cercana al capitalismo enfocándose en el consumo.

En plena Guerra Fría, que uno de los brazos de la Unión Soviética pretendiera capitalizar su economía e hiciera transformaciones a las restricciones políticas hegemónicas podía ser considerado como una traición, además de un peligroso ejemplo para las demás naciones pertenecientes al bloque comunista. La invasión a Checoslovaquia fue la respuesta del poder central, que no podía permitir una separación, ni mucho menos el consecuente efecto dominó.

El saldo de muertos y exiliados que dejó esta acción militar hace cuarenta años es comparable en términos políticos y de fondo con el conflicto actual en la región con intereses separatistas de Osetia del Sur y Abjasia. La tendencia que se puede identificar, no sólo en el flanco comunista, es la de evitar a toda costa que los territorios subalternos cambien de bandera, en una contienda que sigue cobrando vidas entre los que poco tienen que ver con el asunto.

La doctrina de ocupación fue impulsada por el entonces Primer Secretario General del Partido Comunista, Leonid Brezhnev, quien defendió sus actuaciones invasivas con las palabras: «Cuando las fuerzas que son hostiles al socialismo intentan desviar el desarrollo de un país socialista hacia el capitalismo, el asunto se convierte no sólo en un problema del país en cuestión, sino en un problema común y una preocupación para todos los países socialistas». Medida con precedentes y parecida a la toma de Hungría en 1956 por parte del Ejército Rojo soviético.

La resistencia fue civil y no militar. Dubcek y otros miembros del gobierno checoslovaco fueron raptados y llevados a Moscú con la intención de que firmaran tratados y convenios que pusieran fin a las reformas que habían tratado de implementar en su Primavera.

Mientras tanto, en Praga los estudiantes y ciudadanos hacían protestas, la mayoría pacíficas, alrededor de las fuerzas invasoras, manifestando su apoyo al gobierno y repudiando la opresión del andamiaje comunista. Sin embargo esta rebelión fue efímera e inútil, pues la implementación del toque de queda por el ejército soviético sentenció a muerte a quienes decidían no acatarlo. Las barricadas fueron levantadas, las plazas desocupadas y Dubcek, en 1969, fue destituido del gobierno. El poderío del Pacto de Varsovia se había impuesto nuevamente sobre una nación con pretensiones reformistas.

Sólo hasta 1989, con la Revolución de Terciopelo y el fin del régimen comunista, Checoslovaquia conoció la liberación. Gran parte de las reformas entabladas por Gorbachov fueron inspiradas en el “socialismo con rostro más humano” de Alexander Dubcek y cuatro años después nacerían la República Checa y Eslovaquia de una escisión democrática, las mismas que rememoran hoy la fallida pero fructífera Primavera de Praga de los años sesenta.

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Osetia del Sur, la encrucijada

Por: Fernando Torres

La soberanía de la República de Osetia del Sur fue proclamada el 20 de septiembre de 1990, luego de haber pertenecido, por mandato de Iosif Stalin, a la entonces República Soviética de Georgia, desde 1922. Sin embargo, su independencia nunca fue aceptada por otro país, y hoy, con la intervención de los antiguos polos opuestos de la Guerra Fría, se reviven los enfrentamientos militares que sucedieron a su declaración en la última década del siglo XX.

El pueblo osetio pertenece a una etnia distinta a la georgiana, proviene de las llanuras rusas al sur del río Don y fue movilizado en el siglo XIII hasta el territorio que actualmente ocupa por las invasiones mongolas en las montañas del Cáucaso. Sus intenciones de independencia se deben al deseo general de regresar junto a sus hermanos étnicos de Osetia del Norte, una región autónoma de Rusia.

El inicio del conflicto en la región puede ser rastreado hasta el ocaso de la Unión Soviética y se agudizó tras la llamada Revolución Rosa en 2003 y la ulterior elección del primer mandatario de Georgia, Mijail Saakashvili, un año más tarde. Saakashvili, en su afán de incorporar su país a la Unión Europea y la OTAN, declaró todo el territorio bajo control gubernamental, contando a las separatistas Osetia del Sur y Abjasia; el presidente pretendía conquistar a las regiones con intereses independentistas por vía política mientras que con la ayuda del gobierno estadounidense, fortalecía su aparato militar.

En 2006, en un referendo promovido por los separatistas, se votó por la absoluta independencia, contando con el establecimiento de tropas rusas en el territorio con el objetivo de mantener la paz, aunque desde Moscú se anuncia un incondicional apoyo a la separación.

Desde Occidente y como respuesta a la presencia militar rusa en la región, el pasado 13 de agosto Estados Unidos anunció que usaría aviones y fuerzas navales para brindar ayuda a Georgia debido a la fragilidad en el cese al fuego por parte del Kremlin, anunciado un día antes.

A raíz de esta polémica situación, la Unión Europea, con la presidencia rotatoria en Francia, ha tomado la iniciativa de promover el cese al fuego y del restablecimiento de la paz con la condición de que tanto las tropas georgianas como rusas se retiren de la región y regresen al punto en que se encontraban antes del comienzo del conflicto. Este plan fue aprobado por los Estados Unidos, aunque es inminente la victoria militar y diplomática de Rusia debido a su fuerte influencia en el territorio.

Tras cinco días de hostilidades, los dos países aceptaron el plan y en Tiflis, capital de Georgia, los manifestantes celebraron la decisión y demostraron su apoyo al presidente Saakashvili, denigrando la intervención de Rusia.

Aunque la iniciativa sea la de retirar las tropas, los ánimos de ambos bandos continúan en su tónica beligerante y todavía faltan varias negociaciones para alcanzar un verdadero acuerdo en cuanto al restablecimiento de la paz y la soberanía de la región.

Los intereses

Las relaciones entre Georgia y Estados Unidos van más allá de esta colaboración coyuntural. Por ejemplo, es innegable la presencia de tropas georgianas en el ejército de ocupación en Iraq como parte de la coalición liderada por su aliado más importante. Además, está vigente la motivación del presidente Saakashvili para occidentalizar su país y reforzar su maquinaria bélica con apoyo de sectores industriales y gubernamentales estadounidenses.

Osetia del Sur es también una región rica en recursos energéticos, como el petróleo, éste ya un conocido objetivo primordial y piedra angular de las intervenciones internacionales de Rusia y los Estados Unidos; para el bando occidental, las alianzas entre Osetia y la potencia asiática significarían una disminución considerable, si no total, del control sobre la obtención de estos recursos.

El costo humano ha sido alto con miles de muertos y desplazados que piden paz en Gori y Tiflis. Algunos han terminado en campamentos para refugiados tanto en Rusia como en Georgia, Estados que según las víctimas: “debieron haberse sentado a dialogar, antes de comenzar a matarnos”.

El conflicto en Osetia del Sur podría ser visto como otra de las reminiscencias de la Guerra Fría, una encrucijada de intereses bipolares que resurge tras veinte años de relaciones diplomáticas relativamente estables.

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Psychobilly: música, cine y terror

El psychobilly hace su aparición en Colombia con Helldogs.

Por: Alejandra Vanegas

La banda Helldogs suena a country, blues, swing, rock and roll, punk y surf, mezclado con unas líricas sarcásticas que evocan las películas norteamericanas de horror de los años 80.

Sus integrantes son Jaime Torres de veintiséis años, en el contrabajo, Agustín River de veinticuatro , en la batería, y Maximiliano Domínguez de veinticinco, guitarrista y vocalista. Estos tres jóvenes se juntaron hace dos años movidos por el psychobilly, un ritmo muy particular y poco conocido en el país.

Hablar de Helldogs, es hablar de psychobilly en Colombia, ya que se han convertido en el grupo más importante y tal vez el más representativo a nivel nacional.

Estéticamente este subgénero musical logra combinar el llamativo rock and roll de Elvis con el estilo country del vaquero Billy the Kid, adornado además con personajes de las películas de los 80’s como Freddy Krueger y Jason.

En los primeros pasos que dio era más importante la música que la estética, posteriormente la fuerza de las letras le dio preponderancia y cabida importante dentro del subgénero a la forma de vestirse, así las calaveras y las cosas del diablo se convirtieron en un distintivo característico del psychobilly que logra diferenciarlo de la estética punk y rockabilly que se asemejan mucho. El percusor de este subgénero del rockabilly -fusión entre country, gospel y rock and roll es Johnny Cash, cantautor estadounidense. En una canción llamada One piece at a time, hizo un juego de palabras en donde combinó el horror con temáticas de psychos -loco, demente, psicópata- y así dio vida a psychobilly cadillac, el cual se convertiría en el primer término que hacia alusión ritmo. Formalmente nació en los 80’s con la banda Meteors que fusionó el rockabilly con el ritmo punk.

“En un principio lo oíamos como rock, pues no sabíamos en realidad que se trataba de un subgénero musical”, menciona Agustín, con el tiempo comenzaron a investigar en la Internet y a empaparse del tema. Como encontraron varias cosas interesantes que compartían los tres, decidieron crear la banda.

En Colombia el psychobilly no es considerado una tribu urbana, tampoco esta enfocado a la política, es decir, “no esta a favor de nada ni lucha contra algo, es mas bien un grupo de personas que comparten un gusto especial por las películas de horror y por aquel subgénero del rockabilly que recogió de modo armónico la temática del terror con varios géneros musicales como el swing, country, surf y blues” cuenta Jaime.

“El psychobilly no es radical, no pretende formar pandillas ni marcar territorialidad, es un grupo individual que oye y disfruta de la buena música”, agrega Maximiliano.

Para Agustín River, este subgénero logra enfocar la música al cine, principalmente a las películas de bajo presupuesto de los 80’s, Es como ver a Elvis en una película de horror de George Romero”. El color de la música y las temáticas terroríficas logran compenetrarse para dar como resultado una producción musical de humor negro.

Musicalmente, existen dos tendencias principales, la primera de ellas atiende más al estilo rockabilly, mientras que la segunda es mas pesada, por lo tanto se identifica más con el punk. Sea cual sea la tendencia, lo más importante es el contrabajo, que en realidad viene a ser el “Billy”, el común denominador de este subgénero musical.

Jaime Torres se dedica al contrabajo desde hace ocho meses, pues los contrabajistas que les colaboraban generalmente no cumplían con las exigencias del grupo. Por este motivo, siendo éste el instrumento clave dentro del psychobilly, decidió dejar la guitarra y dedicarse de tiempo completo al contrabajo. Para Jaime no ha sido fácil tocar este artefacto de gran tamaño, ya que su magnitud exige una mayor precisión, fuerza y concentración.

“Somos una banda muy purista, pretendemos mantener las raíces del psychobilly”, de este modo, “no toleramos mezclas que puedan transformar la intención y el ritmo”. Afirma Agustín.

La escena psychobilly latinoamericana es muy pobre, excepto en Brasil, donde se realiza el segundo festival más grande del mundo en la ciudad de Curitiva, a él asisten muchas bandas nacionales e internacionales. Por otro lado, el festival más importante se llama Calega Psychobilly Meeting Festival, que tiene lugar en España y logra agrupar por ocho días a las principales bandas psycobilly del mundo.

La filosofía psychobilly atiende a una idea material en donde son importantes la pinta, los carros, los tatuajes, las motos y una rebeldía contra nada debido a la carencia de aspectos políticos en su pensamiento musical. Es así como, el escándalo y la parafernalia se convierten en los talantes distintivos del subgénero “Me pongo lo que quiero porque es lo que me gusta”.

En 2007 en Bogotá, se llevó a cabo el primer festival psychobilly llamado Halloween de los muertos, Helldogs fue encargado de abrir el concierto, donde se fundieron varias bandas de surf, punk y rock and roll.

A pesar de que aún no han grabado ningún disco Helldogs, ensayan constantemente con el fin de sacar su primera producción este año. El camino no ha sido fácil, ya que En Colombia no hay quién nos enseñe, lo que hemos aprendido sobre el psychobilly ha sido empíricamente” Opina Maximiliano.

FOTOGRAFÍAS: CORTESÍA HELLDOGS PARA LA AUTORA

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El estatuista

Por: Fernando Torres

Mire, yo sé que cuando usted tiene la oportunidad de recorrer la Séptima, lo hace siempre o casi siempre, distraído. A quién le va importar ponerse a ver las caras de los que por poco se estrellan con usted, los dulces de esas señoras que se acercan hablando en un idioma que usted prefiere no entender, u oler esos perfumes sin procedencia que se aparean en el aire creando nuevos aromas a los que su nariz ya parece estar acostumbrada, o es que ya no los puede percibir.

Suele suceder que vea usted a una persona que le guste, entonces su cuello empieza el inútil contorneo hasta que sus ojos sólo ven su pelo, ella o él no le puso atención, mala suerte. Usted sigue andando y preguntándose por qué no cogió un taxi, al fin y al cabo está gastando energía, pero qué más da, caminar es bueno. Entonces, entre tanto ajetreo, nota usted que hay ciertos jóvenes quietos, parecen estatuas. Se detiene, y como es normal, la persona detrás de usted choca con su espalda pues también va distraída. Hágase el que no siente nada y, pendiente de no lastimar a nadie más en ese trancón humano, acérquese a algún estatuista.

Note cómo su piel está completamente embadurnada de pintura, alcanza a ver los poros y todo. El traje puede ser cualquiera, pero eso sí, todos bien elaborados: robot, jeque árabe, soldado, personaje del siglo XIX o XX, etc. Deposite una moneda en la cajita justo abajo y verá cómo la estatua de repente cobra vida haciendo movimientos marcados y lentos, un leve cambio de expresión en el rostro, pero eso sí, la mirada triste no tiene arreglo. No importa cuántos billetes intente meter por la ranura. Pero no son estos maquillados y bien-vestidos por los que usted se va a interesar. Es uno que se encontrará más adelante si sigue caminado, sentido sur-norte, por supuesto.

Esté pendiente de todo lo que vea, ahora sí puede darse el gusto de comerse un manjar de rostros e imágenes. Puede usted ver a la niña amarrándose los zapatos mientras la mamá se desespera rascándose la cabeza porque el papá se metió a una tienda a pedir una cerveza porque es que el día ha estado muy largo y ese sol no deja pensar. También pasará al lado del embolador de zapatos que tramposamente rinde el betún con cierto líquido guardado como tradición milenaria en un tubo de crema dental descolorido. Entonces se encontrará con el estatuista más dramático. Es un viejo de unos setenta años, cabeza blanca como la de ese señor rojo que usted tanto conoce. Y sí, está disfrazado de Papá Noel, sólo que su casaca es una simple camiseta blanca tirando a rojo y no al revés, su barba son tiras de algodón rasgadas tal vez con rabia y su pose cambia constantemente sin necesidad de monedas pues la edad no le permite hacer mayores esfuerzos. Los ojos del viejo se muestran siempre irritados, como a punto de llorar, lo curioso es que no lo hace, usted tampoco lo haga.

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Proyección interrumpida

Por: Fernando Torres

Las funciones de los teatros Apolo, Atenas y Capitol se suspendieron una semana tras el magnicidio del líder Jorge Eliécer Gaitán.

Se anunciaba desde días antes en el periódico El Tiempo el estreno de la película Los ojos del Nilo, una nueva aventura de “El lobo solitario” con Gerald Mohe y Nancy Saun. El muchacho, un estudiante de Derecho con pretensiones artísticas, como si las leyes se mezclaran con el cine, espera frente al teatro Apolo con el peso con veinte centavos que vale la entrada.

La Compañía Cinematográfica de Colombia fue creada en 1920 por Arturo Acevedo Vallarino y sus hijos, Gonzalo y Álvaro Acevedo Bernal, proyectando obras internacionales de las compañías Pathe y Gaumont, bañándolas con las cotidianidades locales del país, trasladando las temáticas imperantes —como el amor, las enfermedades incurables y dramas sociales— a contextos regionales y variopintos.

Desde 1924 hasta 1937 la totalidad de las películas proyectadas en Colombia fueron mudas. A partir de este último año y hasta 1955, los Acevedo incursionaron en la producción sonora y fortalecieron el andamiaje técnico de su empresa. La obra escogida para inaugurar la historia del largometraje colombiano fue María, de Jorge Isaacs, llevada al cine por el director español radicado en Panamá, Máximo Calvo.

El muchacho recuerda esas noches de aguardiente frío en la plaza. Su padre enseñándolo a ser hombre con la cara golpeada por la niebla y hablándole de los teatros viejos, que no eran teatros sino casas con cortinas negras en las que apenas se podía proyectar algo. No olvida la inocentada que siempre cuenta el viejo: una película árabe, blanco y negro y por supuesto, muda. Uno de esos espadachines del desierto corre con el delirio de muerte y se precipita sobre el héroe del filme. Éste lo despacha con un disparo certero al pecho, el árabe agoniza y cae muerto. Espanto en la sala. Pero el susto que lo deja pálido es ver, tan sólo una semana después, al mismo árabe en otro filme. “La magia del cine, hace resucitar a los muertos”.

En 1948, los teatros Atenas, Capitol y Apolo proyectaban películas como La profesora se divierte, Matrimonio sintético, Hotel del Norte, la actuación de Luis Sandrini en Yo soy tu padre y la producción de Alexander Korda El niño del elefante, en la sala Lux. Sin olvidar a los teatros menos conocidos como el Alcalá, Ariel, Encanto, Granada, Ideal, Imperio, Nuevo, Nuria, Odeón, Santa Bárbara, América, Carpa, Gloria y Murillo, con películas para mayores de dieciocho años como ¿Quién te quiere a ti? y La gallina clueca.

Alterno a la proyección cinematográfica, estaba el Noticiero Nacional Procinal con la transmisión especial de los sucesos de la Conferencia Panamericana. El trabajo de los hermanos Acevedo, al principio en comunión con Cine Colombia con el Noticiero Cineco, luego respondiendo a encargos institucionales y privados, dio inicio al cine-periodismo, especializado en la realización de documentales que registraron la actividad política de Enrique Olaya Herrera, las corridas de toros, el carnaval de Barranquilla entre otros espectáculos nacionales.

Ese viernes era el estreno de Aguas borrascosas, con Michele Morgan y Jean Gabin, pero la película del año se anunciaba desde el primero de abril por la empresa que desde Medellín se convertía en la gran competencia, Cine Colombia, constituida por Gabriel Ángel y Roberto Vélez V. (1928). Traían la “Superproducción Inglesa que ha Conquistado los aplausos del Público y de la Prensa Capitalina, y que fue Clasificada entre las diez mejores películas de 1947: Con John-Mills y Valerie Hobson, Grandes ilusiones”, producida por Arthur Rank y la Universal International.

Con el documental que los Acevedo hicieron en 1945, La semana de la democracia en Bogotá, que buscaba fortalecer la campaña de Jorge Eliécer Gaitán, este muchacho que se acomoda en las poltronas forradas en tela roja y que enciende un cigarrillo liado en papel de arroz, comprendió desde el ojo popular el clamor del pueblo por un solo hombre.

Llegó al Apolo a la función Matinal, es decir, a las once de la mañana. Dejó a sus amigos paseando en las afueras de la ciudad; ninguno de ellos tenía particular interés en dejar el campo por una sala llena de humores incómodos como la huella del cansancio o el tabaco quemado.

Cuando salió era la una de la tarde. Visitaría a su novia, que vivía cerca de allí y luego vería si se reunía nuevamente con sus compinches de la Facultad.

Bogotá está destruida, anunciaba El Tiempo el doce de abril. “A quinientos millones de pesos ascienden las pérdidas totales”, fue otro de sus titulares, tres días después. Los teatros cerraron, las funciones se aplazaron, el caos se había apoderado de la Atenas suramericana. Las balas recorrieron el cielo como siguiendo caminos aprendidos de memoria, daban con el hueso, la carne, la cal, la piedra. El fuego abrasó a los bogotanos dormidos, a los que no tenían nada que ver, a los que lo provocaron, la censura de las brasas se llevó a los periodistas y produjo un menhir de cadáveres sin nombre ni sepultura decente.

Los espectadores apasionados por el cine europeo y mexicano —esos días se proyectaban Iván el terrible en el Capitol y Soy charro de rancho grande en el Atenas— tuvieron que salir corriendo por el bullicio de las calles, la desolación y angustia de los mejores dramas de la época se habían cristalizado en Bogotá. El joven estudiante de Derecho paseaba con su novia cerca del salón San Moritz —donde bebía Gaitán y del que hoy cuelga todavía el retrato del general Rojas Pinilla—cuando de la Séptima llegó el vapor de la insania y los clamores demenciales de una multitud descabezada.

Ocho días después, el 17 de abril de 1948, cuando Bogotá renacía de las cenizas y se recuperaba de la miserable tragedia, la Alcaldía de la Ciudad en conjunto con los teatros de cine reanudó las funciones, matinal y matinée, contribuyendo al restablecimiento de la normalidad. La motivación compartida era destinar la totalidad de las entradas de ese día a la Cruz Roja Nacional.

La proyección cinematográfica se estabilizó a partir de esta iniciativa, que revivió los teatros capitalinos que habían sobrevivido a la furia del Bogotazo. El 21 de abril Cine Colombia volvía a proyectar Grandes Ilusiones, el teatro Lux exhibía Noche de recién casados, Cine Metro traía el espectáculo protagonizado por Frank Sinatra, Kathryn Grayson y Gene Kelly, Leven anclas, producción de la MGM en technicolor. Como una señal de esperanza, el Mogador expuso el filme Del cielo bajó una estrella, con Bing Crosby, Fred Astaine y Joan Caulfield. El teatro Faenza estrenó La senda encantada, retornando a la estructura anterior que se anunciaba con un “corte en color y noticiero”. Volvía el cine, volvía el arte a la ciudad que se había sumido en las sombras de la locura.

Ella murió. El joven la buscó desesperado entre los escombros, pero se estrelló contra el imperio de la nada. Mientras la multitud desenfrenada marchaba hacia el foso de la muerte histórica, él recorría las salas de cine con la inocua esperanza de verla nacer del celuloide.

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Los ladrones del fuego

Francis Bacon: Retrato de Inocencio X a partir de Velásquez.

Por: Fernando Torres

Quienes trabajan la ficción arrebatan a la política la esencia de sus mejores obras.

Ese día, cuando Lara salió de su oficina en el Ministerio de Justicia, no se imaginaba que los disparos que habrían de quitarle la vida sonarían como granizo cayendo sobre hojas secas. Nadie lo sabía. Fue Nahum Montt, el escritor colombiano que acaba de publicar su novela sobre el asesinato de Rodrigo Lara Bonilla, el que lo dijo.

Sentado ante una mesa de acrílico a veinte metros de la estación de Transmilenio de Las Aguas, con la barba poblada y negra como el rastro del carbón sobre un papel blanco, Montt se queja porque las preguntas tiran a matar y se inventa un fenómeno para explicar por qué es necesario trabajar los sucesos políticos desde la ficción con nombres propios: —Para superar el “síndrome de Voldemort”, el villano de la serie Harry Potter en la que todos los personajes le decían “El innombrable”. Creo que debemos superar ese velo de temor. En Lara aparecen seres humanos ejemplares y también criminales ejemplares con sus nombres propios, como una especie de llamado de atención al lector para decirle: esa gente existió, esa gente vivió.

La preocupación de ligar la literatura a la política, y sobretodo a la historia no es nueva. Simón Schama, profesor de Columbia University, expone en su ensayo Clío en problemas —publicado en El malpensante No. 75— las fallas en la educación histórica y el problema de continuar con la aversión a narrar las dinámicas sociales desde la subjetividad. Para él, estos relatos tienen la misión de iluminar la condición humana desde el testimonio de la memoria, y se arriesga a afirmar que están más ligados a las verdades de las grandes novelas o poemas, que a las abstracciones buscadas por los científicos sociales.

Pide una botella de agua. Saca su cajetilla de Marlboro y mientras sostiene un cigarrillo todavía sin encender, se recuesta sobre el espaldar de la silla para explicar la razón de su última obra: —Los eventos narrados en mi novela son una respuesta estética a golpes emocionales dados por esa historia reciente del país. Guamazos simbólicos que no hemos logrado cicatrizar con los años. Heridas que aún supuran y destilan ese veneno que llamamos olvido.

La ficción desentierra las pasiones que la política esconde o sólo revela de manera subrepticia. En Colombia el cine también ha desarrollado la utilización del fuego político en distintos tipos de narraciones, como con los trabajos de Luis Ospina y su más reciente documental, Un tigre de papel, en el que una serie de sucesos históricos y políticos relevantes se entreteje en torno a un personaje paradójico y risible, Pedro Manrique Figueroa, el padre del collage en el país.

Ospina juega con la credibilidad de sus personajes, la inocencia del espectador, la volatilidad de la realidad y el poder comunicativo de una fiera de mentiras, un animal hecho en origami.

En el documental aparece el ya fallecido Arturo Alape, quien basó gran parte de su creación literaria en fenómenos socio-políticos como el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. En su novela El cadáver insepulto, Alape explora el drama de una mujer que sufre la desaparición de su marido por orden del gobierno tras el 9 de abril, y la aparición del grupo de sicarios oficiales conocido como “Los cortadores de orejas”, que celebraban el ritual taurino a la hora de victimar a sus objetivos políticos. Más allá de lo trágico de la historia, lo que profundiza en la condición humana es el estilo poético y melancólico del autor, su fuerza creadora.

Montt cita a Juan Gabriel Vásquez — uno de los autores Bogotá 39— para defender el papel del escritor como potencia de las dimensiones más honestas del ser humano: “La historia tiene la curiosa característica de volverse inofensiva con el tiempo, porque se compone de hechos públicos, de hechos colectivos, y el ser humano no está diseñado para simpatizar con colectividades, con generalizaciones (…) los novelistas son incómodos porque devuelven al hecho público su carácter individual, íntimo y relativo; los novelistas crean para el lector la ilusión, terrible y terriblemente placentera, de estar sufriendo lo que otros sufrieron”.

Emir Kusturica, director de cine serbio, en su opera prima Underground, se permite una reflexión estrambótica sobre la ignorancia del hombre, la angustia que produce la cercanía del suicidio y la ambición que se genera entorno a las dinámicas económicas de la guerra. La política no es ajena a los vicios de la humanidad. La calidad poética de su perspectiva no opaca sino al contrario, potencia y magnifica el contexto que retrata.

Le recuerdo a Nahum cuando estábamos en la misma tienda y vimos a esos dos policías, uno viejo y el otro más joven, recostados uno sobre otro, profundos en el sueño más lejano y envidiable. Ríe señalándome con un dedo: “¡Ah sí! Era con vos, era con vos”. Se sorprende de que haya identificado la imagen. La misma escena aparece al final de la novela.

Cometo el error de preguntarle si la política es digna de ser trasladada a la literatura. Me sale con uno de esos regaños que no deberían suceder: — Ningún tema es digno o indigno para la literatura. Sin duda habla del argentino Julio Cortázar, un escritor activo políticamente que pensaba que el socialismo debía ser como un fénix, dispuesto a morir y renacer en lugar de mantenerse imperturbable.

Le pega otra calada al cigarrillo. Sobretodo por la cabellera, tiene la pose de un maestro asiático adoctrinando a su pupilo.

En el caso de la política, la única salvedad es que la literatura no está al servicio de las ideologías, pues se cae por el despeñadero de los panfletos. El único compromiso político de un escritor es escribir bien –y creo que esto lo dijo García Márquez-. Ahora bien, en estos momentos, cuando uno de cada cinco senadores está siendo investigado por el lío de la mal llamada “parapolítica”, ¿cómo pueden culpar a un narrador por escribir la más sórdida de las novelas negras?

¿Cree que la historia es una ficción que se construye sobre la base de distintas perspectivas de los hechos? —pregunto después de pensar que la Cruz Roja es ciertamente una fuerza paramilitar. El error está en llamar así a las AUC. También que de pronto, él no sea el más sórdido de los narradores contemporáneos.

Por supuesto, en el momento en que traducimos unos hechos a las palabras, al lenguaje verbal, existe una seria traición a esa historia que se quiere explicar o informar. Lo curioso es que la ficción, a menudo, se convierte en un medio para contar esas otras verdades que circulan en los imaginarios académicos y populares.

Entrecruza los dedos gordos sobre la barriga. Tiene la cara de alguien que prefiere evitar los monólogos.

Andrés Hoyos, director de El malpensante, dice en su ensayo Historia y ficción: dos paralelas que se juntan—en el número 79—, que hay personajes, ocasiones y episodios novelables. Otros no lo son: —En este aspecto predominan las consideraciones estéticas y estilísticas (…) la novela histórica no es ni una moda ni un subgénero realista, sino que el pasado representa una dimensión natural y casi diría privilegiada de la ficción. De ahí que su hermandad no sea una paradoja como sí una realidad simple.

No sé quién dijo que no daría un centavo por un pueblo que no reconociera su pasado. La ficción es, pues, una forma de reivindicar no sólo el pretérito sino también los procesos contemporáneos, aunque para recibir una novela sobre el asesinato de Lara, tuvieron que pasar veinte años. Que a la larga no es tanto si la memoria es activa e insobornable.

Mientras termina su botella de agua, se me ocurre que Nahum Montt es el Emir Kusturica colombiano. Comparten la fascinación por las imágenes oníricas y la melancolía de quienes combaten el olvido. Ambos son bárbaros narradores de conciencia y transmiten una dignidad inteligente, así como padecen la necesidad de sacudir al mundo en busca de conmociones, no respuestas.

Su acercamiento a la política desde la ficción los convierte en los verdugos del fénix de Cortázar, pues al matar los miedos y sombras que se ciernen sobre la memoria, reviven en el placer estético a un hombre agobiado por el absurdo y la esterilidad sentimental. Habría que leer a Nahum escuchando la música de Kusturica, o al revés. Él se despide como siempre, mirando para arriba ya andando con paso rápido y una mano en el aire, como si se alegrara de poder partir.

Foto de Nahum Montt tomada de El Espectador.com

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Rita.

Fotografía: David Yazo

Por: David Yazo.

Esquina de la Jiménez con Séptima como a la 1:30 de la tarde, las monedas dentro del tarro se humedecían por pequeñas pizcas de agua, la anciana con un chal naranja ya casi marrón, pues empezaba a notarse así del polvo agreste de la calle y el feroz humo del transporte público.

Yo la vi desde la otra acera mientras tomaba una foto al edifico de Avianca, la mire desde lejos y noté que la llamaban Rita.
Rita podía moverse hasta donde sus brazos le permitieran, sus uñas largas, amarillentas y con rastros de Onicoquicia, posiblemente causada por usar desde siempre tiner como quita esmalte. Ella en las noches hace más de veinte años era mesera en un bar, conocida por sus hermosas manos, las más suaves y corteses según los clientes, – eso lo decía en voz baja-.

Sus piernas ya no tocaban el piso aunque fueran las más ojeadas mientras dejaba copas con aguardiente sobre mesas de plástico y desocupaba ceniceros con chicles untados de ceniza, escuchando a su lado un susurro con aliento a salchichón con aguardiente y Colombiana.

No sé por qué las personas son desdichadas, al menos eso dicen, a muchos los invaden enfermedades y largos períodos de pésimo andar, Rita se aferraba a que Dios la había castigado por dejar a su hija en manos desconocidas, pues no tenía suficiente tiempo para darle los cuidados apropiados, sus ocupaciones demandaban mucho tiempo siendo mesera y sastre, de inmediato le miré su prenda marrón, con sus costuras dejando el camino que había plantado la maquina de coser, pero con tan refinado diseño que la suciedad y vejez de la prenda pasaban inadvertidas.

Abandonó a su hija cuando tenía cinco años, decidió regalarla para dedicarse de lleno a su vida, un tanto envidiosa o cruel pero no le dio importancia, continuó con su vida atendiendo mesas y haciendo prendas por otros diez años, se le olvidó que alguna vez tuvo hija, también que era una mujer hermosa y en su cuerpo empezó a notarse esa omisión, – me puse gorda- me decía, pero su mirada no lo expresaba así, se notaba que sufría al haber perdido el cuerpo garboso por el que era conocida. El ser humano no es como el vino, si te añejas tus canas no son figura de respeto, se convierten en el olvido de tu existencia, el blanco en tu cabellera se vuelve compañero del olvido y la miseria.

Alguna noche de las que salía del bar, con los pies hinchados y rodillas fastidiadas de soportar el cuerpo rollizo sobre tacones de 8 centímetros, la amistad de la noche se reunió con la incertidumbre y de la gran profundidad de una calle dos luces aparecieron para iluminar el sendero por el que caminaba descalza tratando de aliviar el dolor en sus pies, la bocina del automóvil advirtió que el destino se acercaba por la espalada pero Rita olvidada de su destino no le prestó atención, a las tres y media de la madrugada de una alborada inadvertida, sobre la ciudad el cuerpo cayó, en el instante no se escucharon sirenas para levantar el cuerpo tendido, Rita recuerda sólo estar en una camilla atendida por varios doctores dándole masajes cardiacos.

Lo que viniera después es pura historia mal contada, ahora ella pide limosna en la calle donde la encontré, no espera que su hija pase por ahí, y lo que más le afana es ocultarse de la lluvia que se avecina desde hace 15 minutos.

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Bogotazo cinematográfico

Por: Fernando Torres

Un colectivo de jóvenes propone cambiar los palos y machetes por cámaras y productos audiovisuales.

La Sala Los Acevedo llena; mujeres más que todo; una que otra ha bebido como templario y un cortometraje comienza con fallas de sonido. De los baños aparece un tipo sacado del pasado, un hombre de traje y sombrero, es el espíritu furioso de la memoria juvenil.

Estamos aquí por una invitación de Kinomacondo, el grupo de jóvenes conformado por Óscar Romero, Mauricio Betancourt, Wilder Parada, y Rosaura Villanueva; profesionales de la comunicación alternativa que organizaron el evento en conjunto con el Departamento de Cine del Museo de Arte Moderno de Bogotá (MAMBO). Es la proyección del cortometraje Genocidio en barbería, de Óscar Romero y la conmemoración de los 60 años del magnicidio más importante de la historia del país.

Mi novia está cansada de hacer fila, somos aproximadamente cien personas así. Llegamos a las siete, comenzaría a las y media pero ya son las ocho y no hemos entrado. Rosaura Villanueva, que hace parte del grupo anfitrión, me ve desde adentro y hace cara de no puedo hacer nada. La gente comienza a chiflar, una mujer bajita detrás de nosotros grita: “¡Bogotazo!”. Nos reímos por la precariedad de la ironía y entramos empujados cuando por fin abren las puertas.

Adentro, cuando las sillas han sido ocupadas, organizan a los que se quedan de pie en los extremos del teatro. La voz de Gaitán inunda el recinto, a uno le dan ganas de que esté vivo.

Las orquídeas republicanas se están desangrando

“Nuestra motivación es celebrar una de sus políticas —las del caudillo— cuando fue Ministro de Educación, que tenía que ver con la producción cinematográfica masiva, en las calles”, dice Rosaura, la de crespos largos y mejillas enrojecidas.

Comienza el corto, dividido en tres capítulos: 1. La misión de las orquídeas 2. Gracias Mr. Marshall 3. Radiorevolución. Un barbero perverso se confabula con un grupo incógnito de conspiradores para planear el asesinato del líder del pueblo. Reconozco al cliente que le ruega por un corte, lo he visto en la calle, es un cuentero viejo que no olvida su abrigo ni el sombrero. Actúa bien, reclama por los planes del barbudo que lo afeita y éste termina ahorcándolo con su propia corbata. Tres muertes —la del cómplice que antes de morir degollado gritó arrepentido: “Nos cagamos y jodimos el país”, la del cliente y la del barbero al final, por un disparo vengativo— no son suficientes para hablar de genocidio. Una sola, la real, acabó con la esperanza de los colombianos y desató ese monstruo que Arturo Alape ha querido llamar El cadáver insepulto: montaña de huesos sin nombre, desaparecidos, ajusticiados por esa mano fantasmal que en Colombia ha venido obligándonos a la costumbre.

Una imagen demuestra el papel de la radio a la hora de envalentonar a las masas y llevarlas al delirio asesino de ese día, en que los niños miraron sorprendidos hacia el cielo rojo y centelleante: aparece en la pantalla una radiola antigua. Por sus rendijas se filtra sangre negra, la bilis, la melancolía eterna de la catástrofe.

Villanueva dirá que el objetivo de Kinomacondo es: “Promover la cultura, investigando antecesores y raíces. Aunque sabemos que lo que hacemos ya ha sido explorado por grandes autores, queremos continuar su labor en lugar de llenarnos de americanismos”. Pero ese día el cortometraje terminó y el director, cuando se disponía a hablar, fue interrumpido por aquel personaje de sombrero y corbata, a quien le había prestado la camisa para poder entrar de primero.

Levantaba la mano como Gaitán, arrugaba la cara y miraba al techo, al cielo. Con el puño cerrado criticaba la amnesia de nuestra generación, la actitud facilista del que acude en masa con reclamos prestados. Gritaba que las orquídeas republicanas se están desangrando y que: “Ustedes, aquí alimentándose con fragmentos de carne, pedazos de celuloide y pura mierda de cineastas”.


Nos vamos en la mitad de la proyección de fotografías del Bogotazo ambientada con música experimental. Busco al desesperado anacrónico en el baño, le toca quedarse con el saco y la corbata nada más, pues necesito la camisa. Cuando reclamamos nuestra chicha republicana miro a la pantalla y se me queda fija en la mente esa cara inclinada hacia abajo, un rictus burlón y ese par de ojos fríos y penetrantes de un Gaitán todavía eufórico, aunque nostálgico.

Fotografías cortesía de Kinomacondo.

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Con la fe en el bolsillo

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                                                                                                           Foto: David Yazo

  Por: Fernando Torres

Un ateo confundido se enfrenta al caótico desenlace de un culto cristiano y pone a prueba su negación de toda fe.

Flaco y prevenido, Arturo González se arruga la ropa y ríe nervioso ante el espectáculo que tiene al frente: mujeres que vuelan por los aires como poseídas de thrillers de los 80’s, hombres que lloran desconsolados mientras abrazan a sus vecinos y predicadores que estimulan la histeria.

Es testigo del impulso climático de un ritual religioso iniciado tres días antes, en conmemoración a la historia bíblica de Pablo de Tarso. En pocos minutos, de acuerdo con la fe cristiana, las personas que han sido purificadas y pueden dar el paso hacia la santidad comenzarán a hablar la lengua del Espíritu Santo como azotadas por lenguas de fuego.

Arturo tiene veinte años, proviene de una familia católica, pero profesa no creer en nadie más que en sí mismo y en la poesía. Le gustan Maiakovski, Darío Lemos y los nadaístas, salvo Jota Mario Arbelaéz, quien le parece un completo inútil. Estudió en un colegio de curas, lo que le valió para formarse en la irreverencia de los que no toleran la ortodoxia. Es beodo de profesión y afirma: “En la vida sólo me interesan las mujeres, el arte y el trago”. Mide un metro setenta, es moreno, de pelo corto, a veces se deja el bozo y anda con despreocupada sobradez. La que le faltó el día en que se vio llorando y pataleando en nombre de Dios.

El mismo que para las tradiciones cristianas otorga el don de lenguas. De raíces griegas (glossa, “lengua”, lalein, “hablar”), la glosolalia es un término religioso que designa el habla en idiomas desconocidas durante el éxtasis de fe. En la Biblia aparece registrado el primer episodio de este fenómeno en ‘Hechos de los apóstoles’ 2, 1-4: “…Y se les aparecieron lenguas como de fuego, repartidas sobre cada uno de ellos. Y todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu hacía que hablaran”.

El culto responde a la necesidad del creyente de romper las cadenas del pecado que lo atan desde el día en que nació. Se reúnen 500 personas en un salón cerrado, allí conviven, comen y duermen por tres días enteros. Comienza con una oración de 45 minutos a cargo de un pastor carismático. Es la recurrente imagen del predicador sobre una tarima con micrófono en mano. Para cada asistente hay un ujier, un personaje que orará junto a la persona y en determinado momento le “impondrá sus manos”, para que ésta pueda por fin liberarse de sus demonios.

Si Arturo fuera un completo escéptico diría que se trata de una farsa; si de acuerdo con la definición de Michel Onfray en su Tratado de ateología, creyera que toda religión es una fábula infantil para hombres incapaces de comprender lo ineluctable de la muerte, se referiría sin duda a una anécdota fútil, sin sentido. Pero algo lo hace dudar, confiesa: “Yo soy ateo, pero ese día vi a Dios”. Fue inducido al culto por un amigo suyo, Miguel Echavarría. Le pagó los 70 mil pesos que cuesta el retiro espiritual y lo convenció de dejar la razón atrás y entregarse a la experiencia, ocurrió en la Misión Carismática Internacional de la carrera 30 con 19. “Es que si usted se pone a pensar la embarra; es un instante de pura intuición”, dice con la misma mirada convencida, seguro de lo que sale de su boca.

El segundo momento del ritual es conocido como la Revelación de la Cruz, durante el cual se conoce el sacrificio que hizo Jesús por la humanidad y en el que se supone, el creyente conoce el pecado y asegura no cometerlo de nuevo. Arturo hace un juego racional inútil ante la efervescencia que se va erigiendo en el salón. A su lado está Miguel, que luego de unos segundos, cuando por fin logra visualizar la cruz en su mente, no imagina a Cristo crucificado, sino a sí mismo con el dolor de los clavos y la dureza del madero. “Fue como sentir la decepción de Cristo, como si el que tenía que estar colgado era yo, no él”, dice con la seriedad de un creyente que ha abandonado su iglesia pero mantiene viva la angustia.

Cuando los fieles han reconocido el sacrificio, pueden ser bañados por la Sangre de Cristo. Al ateo, lo aterroriza ver cómo se tiran al suelo y se arrastran clamando por ella. Es el único instrumento, según cuenta Echavarría, capaz de limpiar al hombre de sus pecados. Arturo desconfía de la demencia de esas personas, las ve como poseídas; gente desesperada que se aferra a una pulsión delirante y tremenda. Pero de todas formas le es imposible mantenerse ajeno a la sensación colectiva. Una vez sus cuerpos han sido limpiados, están preparados para el trance definitivo.

Al hablar de la glosolalia se le enturbia la mirada y la voz se le pone más gruesa. Cuando Miguel lo invitó a participar de su fe, le entró curiosidad por el relato de esa última manifestación fervorosa. Arturo pensó que era en broma, que esa palabra no existía. La buscó en el diccionario y encontró: “Glosolalia, lenguaje ininteligible, compuesto por palabras inventadas y secuencias rítmicas y repetitivas, propio del habla infantil, y también común en estado de trance y en algunos cuadros psicopatológicos”. “Yo no creo que hablen perfectamente una lengua, son puros sonidos guturales. Se trata de un delirio; yo no pensaría en nada milagroso ni divino, es más bien un efecto psicológico colectivo”, dice Rolando Roldán, Decano de la Facultad de Ciencias de la Universidad de los Andes, con rostro incrédulo, de los que prestan poca atención a estos fenómenos.

La revista internacional Psychiatric Research: Neuroimaging publicó en noviembre de 2006 una investigación desarrollada por científicos de la Universidad de Pensilvania en la que se escaneó la actividad cerebral de cinco mujeres durante el estado de glosolalia. El resultado determinó una disminución de la perfusión sanguínea  —presencia de la sangre en el cerebro— y de la actividad en la corteza prefrontal de ambos lóbulos, la zona que determina muchas de nuestras acciones. De ahí que las personas que la practiquen, en mayor medida pertenecientes a las tradiciones carismáticas y pentecostalianas, presenten una falta de control intencional durante el momento en que hablan en lenguas extrañas.

Arturo dice que ese día se purificó. Hoy lo cuenta con un Marlboro entre los dedos y un par de cervezas en la mesa. Para los cristianos, luego de la purificación viene una tentación todavía mayor. “De pronto por eso empecé a fumar”, afirma satisfecho en lugar de arrepentido. Pero a pesar de que quiera parecer cínico al respecto, el tema continúa perturbándolo.

Él sería un testigo de lo que Freud ha llamado el “sentimiento oceánico”. A pesar de rechazar toda fe y toda ilusión, en el momento justo en que los creyentes manifestaron el supuesto advenimiento del Espíritu Santo por medio de lenguas desconocidas, fuerza sobrenatural y una histeria colectiva incontrolable, Arturo experimentó esa sensación de eternidad, de inmortalidad que durante toda su vida había negado.

Se acaba la cerveza y enciende el último cigarrillo. Es tarde. Lo fuma con la mano extendida, los dedos tiesos. Recuerda esos tres días y no quiere emitir juicios. “Usted tiene que haberlo vivido para creerme”, dice. Lleva puesta una chaqueta de dril azul, llena de polvo, zapatos sin amarrar y una camiseta descolorida del Che Guevara. Se levanta y en su rostro se alcanza a ver la satisfacción de quien se ha confesado. Arruga las cejas hacia arriba y aprieta los labios como diciendo: “No hay nada más que contarle”.

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Sin los pies en la tierra

 

 

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Una mujer que por la violencia paramilitar abandonó su casa y pasó de raspar coca a refregar pisos.

Por: Fernando Torres

El año de la primera marcha de las Madres de Mayo frente a la Casa Rosada, nació en el municipio La Montañita de Caquetá una mujer de piernas y brazos firmes, ojos esquivos, voz insegura pero temple de hierro. Después de haber raspado coca, comerciado con guerrilleros, huir con su marido, limpiado baños en casas de familia y enterrado a su primer hijo, cuenta su historia con pausas para quitarse la pena con una sonrisa infantil.

La Montañita limita al norte con el departamento del Huila, al sur con los municipios de Milán y Solano, al oriente El Paujil y Cartagena del Chairá. Al occidente, Florencia. Se caracteriza por su palma de Cumare y por la cantidad de raspachines (trabajadores rasos para recolección del cultivo) que desde 1976 comercian la droga en los pueblos cercanos con compradores particulares y hasta hace poco menos de seis años, con la guerrilla de las Farc. Uno de los propietarios de esas fincas especializadas en la siembra de coca, Adelmo Salazar, concibió con María Galeano a Magali Salazar, que no tiene muchas ganas de hablar de su madre, pues la abandonó a ella y a sus dos hermanos, Mauricio y John Freddy, cuando tenía siete años. Para ellos, el juego de infancia, la única manera de ganarse la vida, la opción por excelencia para matar la modorra era ponerse a raspar al servicio de su padre. Las muñecas de trapo y los carros de bomberos en miniatura se quedaron entonces sepultados bajo esas “carpas como las de los carros, sobre las que se ponen las matas bien repolludas de la coca y ahí uno empieza a arrancar las hojas de abajo hacia arriba”.  

Magali es desplazada, como los 1.9 millones reportados por la Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento (Codhes) en octubre de 2007. Sin contar a las personas que son rechazadas por el sistema oficial, que según el informe de la Procuraduría General de la Nación, son casi el 40%; también están los que ni siquiera se han acercado a solicitar el registro, cercanos a un 20%. Está inscrita en el Sistema Único de Registro SUR de la Agencia Presidencial de Acción Social y dice que el Estado sí la ha ayudado: La Cruz Roja Internacional la proveyó con colchonetas, cobijas y mercado por tres meses desde su llegada a Bogotá en 2005; Acción Social está próximo a entregarle un subsidio de vivienda y a sus dos hijos les brinda apoyo económico para educación: uno cursa tercero de primaria y el menor, se encuentra en grado cero. El hijo mayor se salió de estudiar para colaborarle y comenzó a trabajar en un supermercado sin sueldo fijo, recibía propinas. “Me lo mató un taxista”. El dolor se le aparece de vez en cuando por la cara cuando lo cuenta, no sabe si mantener la mirada o esconderla llevando la cabeza hacia atrás un poco ahogada, y jugando con sus manos sobre la mesa del comedor. Con el dinero de la indemnización quiere establecer un negocio independiente, pero cuando le pregunto qué tipo de negocio, dice que no tiene idea. Por ahora trabaja como empleada del servicio en tres casas: dos en el norte de la ciudad y otra cerca de Abastos; también es celadora en un conjunto residencial.

A los trece años, aburrida de una madrastra que no dejaba de humillarlos y pegarles, además seducida por el coqueteo de uno de los subalternos de la finca, Eber Velásquez, Magali decidió irse de su casa a continuar el único oficio que sabía. Pidió posada en la vereda La Carpa. Ella fue el ejemplo, Mauricio escapó al Caguán y John Freddy esperó un año más junto a su padre, para luego seguirla y convivir con ella hasta cumplir los 17 años, edad a la que se formalizó con una mujer del municipio.

Después de un tiempo, Magali y Eber se arrepintieron de haber huido por la falta de oportunidades y hablaron con Adelmo para que los dejara regresar a trabajar en su finca. Éste aceptó su relación y les ofreció una tierra en sus predios donde vivir. No estaba enamorada. Le pareció la mejor solución para dejar el ambiente tenso de la casa de su padre y dos años después se dio cuenta de que había cometido un error. Pero temiendo no poder sobrevivir sola, con un hijo de brazos, no hizo nada. Se aguantó a un hombre alcohólico que se iba al pueblo y regresaba tres días después oliendo a ramera y a trasnoche, un tipo que la golpeaba prometiendo siempre no volverlo a hacer. Durante los 14 años que estuvieron juntos evadió la separación, pensando que así les evitaría a sus hijos el mismo sufrimiento de su niñez cuando su madre se fue de la casa.

Juntos vendían coca en el pueblo hasta que secuestraron a Ingrid Betancourt y la zona se militarizó, lo que redujo los puntos de comercio. Sólo quedaba uno, cerca de San Vicente del Caguán, al que se desplazaban en el Toyota encapotado, modelo 68, que Eber había comprado para el negocio. Allí había casas destinadas para la transacción, que habían sido expropiadas por las Farc para tal fin; los guerrilleros y otros compradores pagaban dos mil pesos por gramo. La preparación de la mercancía comenzaba compartimentando la droga en bolsas de plástico. Se les sacaba el aire a las bolsas para que no sonaran, después eran recubiertas con café impidiendo que oliera a coca y finalmente, se las forraba en aluminio y se pegaban a una faja que rodeaba la cintura con cinta aislante. 

En 2005 los paramilitares llegaron a la zona. El largo comercio de los caquetenses con la guerrilla fue la piedra angular de sus masacres. Se metieron a las casas de los soplones, vendedores y colaboradores. Los mataron o torturaron. Un ex guerrillero que había pasado a hacer parte de las filas de las AUC, confundiendo a Eber con un comandante militar al que llamaban “Pata’e Palo”, lo señaló ante sus superiores. Era un martes y estaban almorzando. “Cuando de pronto supimos que la casa estaba rodeada, entraron pateando las puertas, se metieron a los cuartos desesperados buscando al papá de mis hijos”. Cuenta que lo sacaron al patio y lo desnudaron, esperando ver en efecto, una pierna de madera que lo identificara como el comandante enemigo. Lo golpearon frente a los niños, ella no podía hacer nada y si se movía, le gritaban que ni se le ocurriera. Se lo llevaron. A pocos metros de la casa, Magali vio que el grupo se acercó a una zanja, escuchó disparos. “Lo mataron”, dijo sin lágrimas. Pero a los 15 días fue liberado en plaza pública por haber accedido a delatar a un miliciano guerrillero que vivía en el municipio. Recuerda escucharle decir que para que confesara, lo metieron de cabeza en un caño y le hicieron tragarse el agua, mientras lo molían a puñetazos. Al dejarlo ir, le dieron 24 horas para salir corriendo con su familia.

Llegaron a Bogotá a la casa de un familiar en Las Lomas, para luego conseguir un lote pequeño al sur, en el barrio Bosque del limonar. El caso de Magali es, a pesar de todo, privilegiado. A través de encuestas y negación de posibilidad de registro, el Gobierno Nacional ha reducido la trascendencia de la situación de la población desplazada en el país. Según la Codhes en su informe Desplazamiento: Cifras y Reparación, el Estado no ha desarrollado una política pública coherente para atender la crisis humanitaria que se deriva del fenómeno. Una de las afirmaciones estipuladas en el informe dice que el desplazamiento no fue incluido en la agenda de paz ni tiene un lugar adecuado dentro del presupuesto de la Nación. 

A veces dice que no puede continuar. Entra en crisis por cómo la ha tratado la vida y porque a pesar de luchar tanto no ha podido conseguir lo que quiere. Le pregunto qué es. Enmudece. Cambio la pregunta, qué le gusta hacer en sus ratos libres. Se ríe y responde que no tiene muchos, pero que le encanta escuchar vallenatos y música romántica. “De vez en cuando la música cuenta la realidad”. Mientras está pendiente de las ollas del almuerzo, resume la catarsis en sencillas palabras diciendo que muchas de sus vivencias se las narran Marco Antonio Solís, Raúl Santi y el Binomio de Oro. “Yo quisiera, algunos días, tener otra vida o dejar de existir”, dice casi llorando. Ahora sí me mira directo a los ojos, se quitó la timidez con esa frase. Quiero saber qué la hace seguir adelante cuando se pone así. Explica que al servirle  la comida a sus hijos y ver lo que les hace falta, los deja comiendo solos y se retira a llorar. Cuando terminan se le acercan y tocándole la cara con caricias torpes, juguetonas, le dicen que cuando sean grandes van a trabajar y ella no tendrá que sufrir más.

Se retira con sus pantalones cortos azules, que le llegan arriba del muslo, y una camiseta rosada al segundo piso a seguir trabajando. Lleva con mucha seguridad un palo de escoba y un balde con agua, me mira como si supiera lo que pienso de su carácter, sonríe, ha terminado la entrevista. Siguen los baños y después, quién sabe.

 

 

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Lienzo vivo

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Por: Fernando Torres

Giovanni Ortiz abandonó las Fuerzas Militares para agarrar un pincel y convertirse en el primer bodypainter de Colombia.

Después de tres meses de salidas a cine, granizados en cafés de la ciudad, los besos y lo natural en un noviazgo, ella aceptó desnudarse para ser vestida con pintura. Era el primer trabajo de un ex teniente de las Fuerzas Armadas que hoy recuerda su tiempo en la milicia como una época monocromática, muy distinta al colorido de su ocupación actual, el body painting.

En Chile se los llama “pintacuerpos”, y aquí hasta hace poco tiempo se los asociaba con el maquillaje de fantasía, cuya búsqueda es más comercial que artística. Un poco cerrando los ojos, moviendo las manos como si tuviera un pincel imaginario, Giovanni Ortiz se autodenomina el iniciador del body painting como expresión que va más allá de la pincelada acostumbrada del desfile de modas o la publicidad. De hecho, reconoce que el acto de pintarse el cuerpo con un significado específico es tan viejo como la leyenda del Dorado, “Ésos eran bodypainters”.

Se acomoda en la silla y continúa, pasando de los indígenas bañados en oro a los británicos, sin duda los pioneros en la modalidad de “pintura por zonas”, es decir, en trabajar el rostro, el torso, el trasero y las piernas por separado.

La otra categoría es en la que se siente con más destreza, el vestuario. Su búsqueda erótica del cuerpo vestido de pintura lo ha llevado a probar trajes de torero –que afirma no haber logrado todavía, a pesar de que lo ha intentado tres veces con modelos distintas –, de policía y marinero para dos meseros de un bar gay, guerreras medievales, chicas bondage y lo que más le gusta, personajes de cómics.

Ortiz explica que puede diseñar un cuerpo entero en cuatro horas, aunque su récord para una campaña publicitaria fue de seis maquillajes en seis horas. Por el trabajo que ha recibido mayor remuneración económica ha sido una pintura de un solo tono para Coca-cola y asegura no haberse consagrado como artista. Separa los encargos publicitarios con su exploración conceptual y ha rechazado ofertas que para él desprestigiarían el arte, como la de un atleta que quería pintarse el miembro como la trompa de un elefante. Se ríe por la anécdota y decide trazar la línea entre la pornografía y el erotismo con una frase sencilla: “Si el morboso no encuentra el pezón, estoy satisfecho con lo que hago”.

 

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En Colombia sólo existe un proveedor de pinturas que no perjudican la piel, y sólo cuenta con los cinco colores básicos, a diferencia del Reino Unido o Estados Unidos, en donde se pueden encontrar más de cinco mil variaciones. La compañía se llama Caretas y fue fundada en 1990, se especializa en fotografía, cine y televisión, y en satisfacer la demanda del creciente número de artistas que exploran el cuerpo como un soporte distinto a la pared o el lienzo. En su página de Internet los contempla como artistas, pero de la Fantasía, algo todavía muy asociado al mundo de la pasarela. Pero esta categorización no es su único obstáculo.

Muchos se ven obligados a cambiar de diseños por la falta de tonalidades, o algunos, muy pocos, como Ortiz, han decidido contactar a ingenieros químicos para comenzar a producir sus propias pinturas. La práctica es todavía joven y poco reconocida, el único concurso que la tenía en cuenta, dejó de realizarse por falta de candidatos o de innovación en las propuestas de los mismos de siempre. Existe el Campeonato Mundial de Maquillaje de Austria, que se celebra anualmente, pero por cuestiones logísticas el trabajo de los colombianos –enviado en  formato fotográfico –, sólo ha sido honrado con menciones de participación; se exige de la presencia del artista y sus modelos luciendo los diseños para poder ganar.

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En una casa al norte de Bogotá, decorada con cuadros de Fernando Maldonado, Jim Amaral, retratos de los Beatles, un Ken atado a un tronco como San Sebastián y un homenaje en madera y plástico a Freddy Mercury, vive Fernando Guinard, director del Museo de Arte Erótico Americano. Editor del libro El espíritu erótico –“Ahora incunable” según él –, es un referente importante sobre el tema porque su experiencia artística lo ha llevado a identificar la esencia de la sexualidad en la pintura.

 

img_3999.jpgReconoce tanto en el arte clásico como en sus nuevas expresiones, bandos de mediocres, disciplinados y genios. Además usa dos conceptos para dividir al público: hipoactivo, abierto a las manifestaciones de la sexualidad y anorgásmico, con tendencia a repudiarlas.  A partir de ahí, según él, se puede hablar del Porno o del Eros; en este sentido, todo dependería de la perspectiva de quien tiene contacto con una obra erótica.

Y en materia de escuelas, sentencia que el “lienzo vivo” es la piedra angular, a la vez que la mayor dificultad del body painting. Lo primero porque es un nuevo terreno en el que el talento debe ser puesto a prueba, la técnica transformada y en el que es preciso buscar una ruptura de esquemas que lo posicionen entre las manifestaciones de mayor prestigio. El otro lado, el oscuro y escabroso tiene que ver con la repetición. Piensa que debido a la mediocre investigación, por los retos pobres, corre el riesgo de convertirse en una especie de repetición: “Similar a la de contar un chiste por segunda vez. De todas formas, eso depende del que lo haga, si es malo, no es pintor”.

 

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Años después de ese primer desnudo sufrido, conseguido a punta de citas y coqueteos, Ortiz se pone sus audífonos como quien ha ensayado mucho el gesto. Sus ojos recorren la piel blanca de la modelo, que jura que se muere del frío. Para ganar su confianza le oculta los pezones con pinceladas apresuradas, pero no fallidas. Ella parece estar mejor, aunque sigue helada. Como sobre la piel no se puede borrar, los trazos son decididos, nada de equivocarse.

Con Nightwish en los oídos, un Snickers en el estómago y una botella de Gatorade a la mano, el bodypainter más famoso de Colombia comienza lo que le quitará cuatro horas del día, la Gatúbela que de verdad le guste o tal vez una cuarta versión del Torero. 

 

FOTOGRAFÍAS CORTESÍA DE GIOVANNI ORTIZ, WWW.ANGELESURBANOS.COM

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