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Los ladrones del fuego

Francis Bacon: Retrato de Inocencio X a partir de Velásquez.

Por: Fernando Torres

Quienes trabajan la ficción arrebatan a la política la esencia de sus mejores obras.

Ese día, cuando Lara salió de su oficina en el Ministerio de Justicia, no se imaginaba que los disparos que habrían de quitarle la vida sonarían como granizo cayendo sobre hojas secas. Nadie lo sabía. Fue Nahum Montt, el escritor colombiano que acaba de publicar su novela sobre el asesinato de Rodrigo Lara Bonilla, el que lo dijo.

Sentado ante una mesa de acrílico a veinte metros de la estación de Transmilenio de Las Aguas, con la barba poblada y negra como el rastro del carbón sobre un papel blanco, Montt se queja porque las preguntas tiran a matar y se inventa un fenómeno para explicar por qué es necesario trabajar los sucesos políticos desde la ficción con nombres propios: —Para superar el “síndrome de Voldemort”, el villano de la serie Harry Potter en la que todos los personajes le decían “El innombrable”. Creo que debemos superar ese velo de temor. En Lara aparecen seres humanos ejemplares y también criminales ejemplares con sus nombres propios, como una especie de llamado de atención al lector para decirle: esa gente existió, esa gente vivió.

La preocupación de ligar la literatura a la política, y sobretodo a la historia no es nueva. Simón Schama, profesor de Columbia University, expone en su ensayo Clío en problemas —publicado en El malpensante No. 75— las fallas en la educación histórica y el problema de continuar con la aversión a narrar las dinámicas sociales desde la subjetividad. Para él, estos relatos tienen la misión de iluminar la condición humana desde el testimonio de la memoria, y se arriesga a afirmar que están más ligados a las verdades de las grandes novelas o poemas, que a las abstracciones buscadas por los científicos sociales.

Pide una botella de agua. Saca su cajetilla de Marlboro y mientras sostiene un cigarrillo todavía sin encender, se recuesta sobre el espaldar de la silla para explicar la razón de su última obra: —Los eventos narrados en mi novela son una respuesta estética a golpes emocionales dados por esa historia reciente del país. Guamazos simbólicos que no hemos logrado cicatrizar con los años. Heridas que aún supuran y destilan ese veneno que llamamos olvido.

La ficción desentierra las pasiones que la política esconde o sólo revela de manera subrepticia. En Colombia el cine también ha desarrollado la utilización del fuego político en distintos tipos de narraciones, como con los trabajos de Luis Ospina y su más reciente documental, Un tigre de papel, en el que una serie de sucesos históricos y políticos relevantes se entreteje en torno a un personaje paradójico y risible, Pedro Manrique Figueroa, el padre del collage en el país.

Ospina juega con la credibilidad de sus personajes, la inocencia del espectador, la volatilidad de la realidad y el poder comunicativo de una fiera de mentiras, un animal hecho en origami.

En el documental aparece el ya fallecido Arturo Alape, quien basó gran parte de su creación literaria en fenómenos socio-políticos como el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. En su novela El cadáver insepulto, Alape explora el drama de una mujer que sufre la desaparición de su marido por orden del gobierno tras el 9 de abril, y la aparición del grupo de sicarios oficiales conocido como “Los cortadores de orejas”, que celebraban el ritual taurino a la hora de victimar a sus objetivos políticos. Más allá de lo trágico de la historia, lo que profundiza en la condición humana es el estilo poético y melancólico del autor, su fuerza creadora.

Montt cita a Juan Gabriel Vásquez — uno de los autores Bogotá 39— para defender el papel del escritor como potencia de las dimensiones más honestas del ser humano: “La historia tiene la curiosa característica de volverse inofensiva con el tiempo, porque se compone de hechos públicos, de hechos colectivos, y el ser humano no está diseñado para simpatizar con colectividades, con generalizaciones (…) los novelistas son incómodos porque devuelven al hecho público su carácter individual, íntimo y relativo; los novelistas crean para el lector la ilusión, terrible y terriblemente placentera, de estar sufriendo lo que otros sufrieron”.

Emir Kusturica, director de cine serbio, en su opera prima Underground, se permite una reflexión estrambótica sobre la ignorancia del hombre, la angustia que produce la cercanía del suicidio y la ambición que se genera entorno a las dinámicas económicas de la guerra. La política no es ajena a los vicios de la humanidad. La calidad poética de su perspectiva no opaca sino al contrario, potencia y magnifica el contexto que retrata.

Le recuerdo a Nahum cuando estábamos en la misma tienda y vimos a esos dos policías, uno viejo y el otro más joven, recostados uno sobre otro, profundos en el sueño más lejano y envidiable. Ríe señalándome con un dedo: “¡Ah sí! Era con vos, era con vos”. Se sorprende de que haya identificado la imagen. La misma escena aparece al final de la novela.

Cometo el error de preguntarle si la política es digna de ser trasladada a la literatura. Me sale con uno de esos regaños que no deberían suceder: — Ningún tema es digno o indigno para la literatura. Sin duda habla del argentino Julio Cortázar, un escritor activo políticamente que pensaba que el socialismo debía ser como un fénix, dispuesto a morir y renacer en lugar de mantenerse imperturbable.

Le pega otra calada al cigarrillo. Sobretodo por la cabellera, tiene la pose de un maestro asiático adoctrinando a su pupilo.

En el caso de la política, la única salvedad es que la literatura no está al servicio de las ideologías, pues se cae por el despeñadero de los panfletos. El único compromiso político de un escritor es escribir bien –y creo que esto lo dijo García Márquez-. Ahora bien, en estos momentos, cuando uno de cada cinco senadores está siendo investigado por el lío de la mal llamada “parapolítica”, ¿cómo pueden culpar a un narrador por escribir la más sórdida de las novelas negras?

¿Cree que la historia es una ficción que se construye sobre la base de distintas perspectivas de los hechos? —pregunto después de pensar que la Cruz Roja es ciertamente una fuerza paramilitar. El error está en llamar así a las AUC. También que de pronto, él no sea el más sórdido de los narradores contemporáneos.

Por supuesto, en el momento en que traducimos unos hechos a las palabras, al lenguaje verbal, existe una seria traición a esa historia que se quiere explicar o informar. Lo curioso es que la ficción, a menudo, se convierte en un medio para contar esas otras verdades que circulan en los imaginarios académicos y populares.

Entrecruza los dedos gordos sobre la barriga. Tiene la cara de alguien que prefiere evitar los monólogos.

Andrés Hoyos, director de El malpensante, dice en su ensayo Historia y ficción: dos paralelas que se juntan—en el número 79—, que hay personajes, ocasiones y episodios novelables. Otros no lo son: —En este aspecto predominan las consideraciones estéticas y estilísticas (…) la novela histórica no es ni una moda ni un subgénero realista, sino que el pasado representa una dimensión natural y casi diría privilegiada de la ficción. De ahí que su hermandad no sea una paradoja como sí una realidad simple.

No sé quién dijo que no daría un centavo por un pueblo que no reconociera su pasado. La ficción es, pues, una forma de reivindicar no sólo el pretérito sino también los procesos contemporáneos, aunque para recibir una novela sobre el asesinato de Lara, tuvieron que pasar veinte años. Que a la larga no es tanto si la memoria es activa e insobornable.

Mientras termina su botella de agua, se me ocurre que Nahum Montt es el Emir Kusturica colombiano. Comparten la fascinación por las imágenes oníricas y la melancolía de quienes combaten el olvido. Ambos son bárbaros narradores de conciencia y transmiten una dignidad inteligente, así como padecen la necesidad de sacudir al mundo en busca de conmociones, no respuestas.

Su acercamiento a la política desde la ficción los convierte en los verdugos del fénix de Cortázar, pues al matar los miedos y sombras que se ciernen sobre la memoria, reviven en el placer estético a un hombre agobiado por el absurdo y la esterilidad sentimental. Habría que leer a Nahum escuchando la música de Kusturica, o al revés. Él se despide como siempre, mirando para arriba ya andando con paso rápido y una mano en el aire, como si se alegrara de poder partir.

Foto de Nahum Montt tomada de El Espectador.com

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